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A propósito del artículo El sexo de los conejos
El populismo es el término que más ocupa a los académicos – politólogos concernidos por la calidad democrática postliberal; que de pronto también preocupa a los estrategas en cuanto a un instrumento de agitación externa, un arma astuto que en cierta medida lo bautizaron como fake news. Sin embargo el populismo no parece ser un problema propiamente político, ni electoralista, ni un método cautivador de masas, es un problema propio de las masas.
El auge ilustrador desde los siglos precedentes propició la espaciosidad – extensión de las tribunas a toda la masa. La masa ya no es masa, sino es toda la tribuna, la tribuna ocupa abarca la totalidad del vulgo, toda la masa, en cuanto la masa ya no quiere ser masa, sino el vulgo se vuelve enciclopédico. Las tribunas ya no son el merecido de los intelectuales a que influyan en las masas, sino son las masas que influyen en los narradores impulsándoles a la cúspide. Las tribunas ya no son lugar de ilustrados narradores, sino son okupados por vehementes entretenedores.Ya no hace falta tener razón ni argumento para ser narrador, sino una masa que impulse el entretenedor a la tribuna, se enturbia profundamente la función de influenciado – entretenedor. La masa es vulgar, y el vulgo es quien incide en la narrativa, por tanto la narrativa dominante es la vulgar, cuando más sabia y profunda es la narrativa, más distante es del vulgo, y menos masa cautiva, y cuando más superficial, entretenedora y excitante más masa comulga. Este hecho ya fue advertido por Ortega desde principios del siglo XX (Ortega y Gasset, 1921), y sus resultados son bien visibles en las sociedades de hoy, llamadas neoliberales, en los que el libertinaje de tribunas no representa ya cultura de expertos, ni deja espacio a los sabios intelectuales, advirtió Habermas (Habermas, 1989, pp. 249-250). El problema de la calidad democrática, por tanto, no es un problema de partidos, ni de la oligarquía política como advirtió Pabón (Pabón Arieta, 2019, pp. 126-127), sino el problema es de la masa y de su vehemente y vulgar cultura de superficialidad. No en vano cuando un monologo alcance una jefatura de un Estado por su entretenedora reputación, o un agitador de masas ocupe la mismísima casa blanca.
El problema aquí no es precisamente ese, ya que este es un peliagudo asunto que lleva años preocupando a muchos otros colegas, por el que hemos gastado ríos de tinta. El problema está en ese liberalismo periodístico que enturbia la noticia como un facto real con la opinión subjetiva, quien enturbie el relato intencionadamente persiguiendo imponer su propio relato. La caperucita roja siempre es la pobre niña, y el lobo siempre y sin más es el feroz lobo, aunque le acaben sacrificando, sera recalcado como un logro y salvación para la masa.
La doctrina del Tribunal Constitucional español exigió en sendas ocasiones marcar una línea clara en la función periodística, entre narración y opinión. La primera se refiere exhaustivamente a la tarea de reflejar fotográficamente los hechos sin ningún juicio o valoración subjetiva, mientras que por opinión se refiere a la impresión – sensación que pudiera encarnar un dibujante de los hechos. El primero tiene su garantía en la libertad – derecho a la información, y la obligación ética del informador de reflejar la realidad sin ninguna ponderación sensacionalista, sin embargo en el segundo se consagra la libertad de opinión, pensamiento y expresión. Cada una debe estar claramente definida de la otra sin margen de interferencia, la noticia es facto, y la opinión es la impresión sensacionalista.
Sin embargo eso no es siempre nítidamente así. Pues depende del sujeto referido en cada discurso, y del color ideológico del narrador. Hablar del régimen turco o del régimen francés no parece tener la misma acepción semántica, ni mucho menos refiriendo a Cuba y Venezuela, eso ya sin hablar de contextos culturales. Los madrileños alzados contra los franceses eran hombres libres y luchadores por la patria, y los constitucionalistas de Cádiz eran la semilla de la modernidad, pero los Iraquíes que luchan contra la invasión americana y sus aliados son insurgentes, y los palestinos son, sin duda, terroristas. El perspectivismo ortegano gravita cada vez más el eje central de la opinión pública occidental quien busca ansiosamente mayor excitación en la noticia vulgarizada por una opinión superficial gobernada por una cognición fría.
El referido artículo «El sexo de los conejos» publicado en este medio la semana pasada representa todo el esquema de un periodismo populista, o más bien terrorista, fragmentario y demonizador del otro, eso sí, muy sexy y atractivo para la masa.
El artículo se refiere a una consulta a un supuesto escolar, y doctor en doctrina Islámica que exactamente contiene el siguiente texto:

Cuya traducción literal reza lo siguiente:
Pregunta: poseo unos conejos, todas ellas hembras, y el macho que tengo está enfermo. ¿Puedo llevar mis hembras a alguien que tenga conejos machos para inseminar mis hembras y que me cobre cinco libras por cada una? ¿Se consideraría eso un negocio ilícito al considerarlo usura por cobrar fruto de una expectativa incierta? ¿O se consideraría como venta de semen prohibida?
Respuesta. El Profeta ha negado el negocio del semen de caballo, y ese tipo de negocio se semejaría a ello por analogía, vende alguna de tus hembras y cómprate un conejo macho.
Claramente como vemos del texto del mensaje, entendemos primero que no consiste en un veredicto vinculante, ni mucho menos, sino apenas es una consulta personal, y una opinión individual del consultado que no cuenta con ninguna autoridad institucional, sin embargo el referido artículo lo eleva al nivel de vérdicto institucional cuando es muy lejos de serlo como tal, pues una opinión jurídica por un catedrático, por muy respectado que sea nada tiene que ver con una jurisprudencia del Tribunal Constitucional.
Segundo, esta claro que ni la consulta ni la respuesta se refiere a la carne de los conejos, ni al sexo, ni a la licitud del conjunto, sino apenas se refiere a la inseminación lucrativa que se prohíbe por entenderla como forma de usura. Es decir, si la inseminación fuese voluntaria, gratuita, nada habría que referirse, sino el asunto se refiere concretamente al lucro obtenido por la inseminación convenida.
Sin embargo el lúcido artículo difundido por la autora, llamada activista, e ilustrada se hace eco pervertidamente de un veredicto de la ortodoxia islámica, de la prohibición de la carne, y del sexo de los conejos, con ese título tan sexy y populista para los lectores. ¿Qué peor demonización cabría más del otro?
Pero de vuelta al principio, ¿gradaría este artículo una relación veraz con los hechos como noticia? Y si es opinión, ¿Qué tipo de opinión es? Lo cierto es que la batalla por un relato cada más perverso y más demonizador del otro es el más sexy y reclutador de una masa cada vez más adicta a la vehemencia, y este problema no puede definirse como un problema político, ni de calidad democrática, si no es un grave problema de intrusismo en las tribunas, y una instrumentalización faroleada y perversa del relato, que abona y alimenta cada vez más la neciocracia en la masa.