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Thomas Hobbes, el magnate de la ilustración inglesa, reconoce tener un gemelo que no llegó nunca a conocer. Ello porque el 5 de abril 1588, día de su nacimiento, se acercaba la armada española a las islas británicas por el conflicto acontecido entonces. La narrativa inglesa describía la armada española como la aterradora invencible, algunos sabios y sacerdotes la interpretaron, a base bíblica, como el antecristo. Debido a aquel miedo aterrador, su madre, la de Hobbes, dio luz a su hijo prematuro con un mellizo, que es, dice Hobbes, el miedo*.
Esta idea del miedo a pesar de ser identificada por Hobbes, tiene aún su origen mucho más allá en nuestra especie. Todas las ideologías místicas – religiosas se fundamentan sobre el mismo, el miedo. Un miedo coaccional, un miedo premial, o un miedo abstracto, es decir, un miedo ambiguo que simplemente persigue mantener la obediencia, la disciplina, o incluso ambas cosas coyunturalmente: obediencia disciplinada, es decir, motivación, un miedo motivador.
Desde el westfalia, Europa se comprometió a abandonar la instrumentalización de la religión, es decir, el miedo que ellas inducen en las mentes para agitar las masas hacía un fin dinástico, más que político. Sin embargo, la idea del miedo siguió siendo instrumento del poder al servicio de cualquier otro pretexto. Cambiaron los argumentos, pero nunca renunciaron al constructo de base, el miedo.
Las sangrientas dos guerras continentales fueron inducidas por un concurso de miedo. Miedo de perder la hegemonía por parte de Inglaterra, o miedo por acabar ninguneado, por parte de Alemania. Miedo por una eminente invasión soviética, fue el instrumento de Estados Unidos por el que reclutó Europa desde finales de la gran guerra, por el que se aprovecharía del suelo europeo como escenario de enfrentamiento, alejando así la batalla de ambas capitales, tanto de Washington como Moscu, se beneficiaron ambos de mantener ese miedo poliédrico y motivador para aparaguar a Europa.
Sin embargo parece que Europa se ha excedido en su frívolo sueño bajo el paraguas del miedo americano. La guerra del 5G, la cada día más emancipada unión europea que intenta plantar cara a la hegemonía americana, la guerra por el suministro armamentístico, la tasa a las multinacionales que saquean Europa para llenar las arcas americanas, suficientes factores para poner fin a esa frivolidad.
A su vez, otro problema, el ascenso chino que busca hueco en la brecha que se va ensanchando por razón propia europea, o por inducción asiática (no directamente la rusa, ya que ésta ejerce una función astuta, euro – asiática). De Asia no solo procede el 5G, ni nuestros mellizos tecnológicos, ni nuestra ropa, ni nuestra batería de la cocina, ni el material de nuestros coches, ni la maquinaria, ni las piezas y materia prima de nuestros hogares, de allí procede además toda la materia prima de nuestros medicamentos, incluso, los ya fabricados. China nos provee todas nuestras necesidades del ibuprofeno, el 95% del ibuprofeno que importa Estados Unidos, procede de China, y el 80% de los antibióticos, también. Las grandes manufacturas europeas y americanas han tenido que clausurar su negocio debido a la gran invasión industrial asiática, la última fabrica cerró en EEUU en 2004.
Todo ello pasaba mientras nuestras generaciones europeas gozaban del frívolo sueño del bienestar, al que unicamente nos enseñaron, no renunciar. Precisamente el presidente Macron, el 11 de marzo pasado, en su discurso del apertura del acto de memoria a las victimas del terrorismo repitió, y con redundancia, ocho veces el termino «no renunciaremos», pero no se refirió a la cohesión, identidad, patria, razón, ni ilustración, todo lo contrario, dibujó nuevamente esa frivolidad del bienestar mediocre, el bienestar superficial, no renunciaremos ni a reír, ni a cantar, ni a pensar, ni amar, ni a las terrazas, ni a las salas de conciertos, ni a las fiestas de las tardes del verano, ni a la libertad de creer, o de no creer, ni de desertar, ni de blasfemar, ni a la igualdad entre hombres y mujeres, ni a la fraternidad, no renunciaremos porque nuestros hijos, amigos, conciudadanos han caído por ella, no renunciaremos a ningún valor de la república, ni ese espirito de resistencia.
Sin embargo, parece que hemos renunciado a muchos otros más nucleares, menos populistas, y más profundos. Hemos renunciado a preocuparnos por nuestra esencia, de los constructos de nuestra identidad, nos hemos embarcado obedientemente en el vagón de la identidad occidental, impulsada desde la orilla occidental del atlántico, tachando la identidad tradicional por obsoleta, de hecho, hemos renunciado a nuestra propia pertinencia para subditarnos a pertenecer al otro. Un juego semántico, identidad occidental hoy día no significa europea, todo lo contrario, occidente significa transatlántico, y transatlántico se refiere realmente a la otra orilla atlántica, Europa se ha convertido en un ocupante más en el vagón, pero de suma cero. Pudiendo incluso acabar como simple peón de maquinaria.
A todo ese batallón de jinetes, ahora parece que se ha sumado el elefante gordo, la calamidad del coronavirus, para dejar en evidencia no solo lo inepto que ha quedado el ya minado proyecto europeo, sino todo el conjunto de valores de los que nos han mamado. Ni solidaridad, ni cohesión, ni unidad, ni coordinación, ni identidad, ni lealtad ni siquiera. La intoxicación se ha adentrado hacía el interior de los propios estados, incluso. Ahora ya, los andaluces son inducidos por la prensa de que el gobierno central se lleva sus mascarillas para Madrid, y que los catalanes exportan las suyas a Italia para no compartirlas con el resto de España, como si Italia fuera extraterrestre, y que Madrid reclama los recursos que se están derivando a la rioja dejando los madrileños a sus suerte. Parece que ahora todos son contra todos, de pronto se ha revelado nuestro estado salvaje, todo esos valores que afirmábamos protagonizar resultaron simplemente argumentos de barra, solidaridad para la bondad, pero en la enfermedad, sálvese quien pueda.
Cuando más faltaba la unidad, la coordinación institucional que demostrara la institucionalización de nuestros valores, más han resultado opacos. No precisamente por un defecto de las propias instituciones, sino por el concurso de jinetes que las acorralaban, y que además se han servido agentes propios del sistema para estrechar el circo, agravar la dificultad e enturbiar la opinión pública agudizando más el miedo.
Por Orden SND/233/2020 del 15 de marzo, el ministerio de sanidad impuso la obligación a toda persona física o jurídica, nacional o extranjera, que se encuentre en el territorio nacional y que disponga de tanto material necesario (mascarillas, batas, guantes … etc) que lo remita a la autoridad sanitaria, bajo pena de infracción grave contra la salud pública. Al mismo efecto, todo aquel que disponga de la posibilidad de producir aquel material, que lo ponga en conocimiento de las autoridades, al mismo efecto, para poner en marcha sus líneas de producción de inmediato.
Tales medidas responden a las necesidades imperantes del tiempo venidero ya que «Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general … [pudiendo] acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general», Art. 128.1 y 2 de nuestra constitución.
Sin embargo, esa medida en lugar de recibir la solemne difusión, e interpretarse como suficiente dotación jurídica del sistema, y la activación de sus instrumentos, parece que los medios de comunicación la instrumentalizaron agudizando más el miedo, el desconcierto, la fisura, la crispación y el caos.
Cuando Inditex comunicó al gobierno la disponibilidad de 30 miles de mascarillas, y la disposición de medios para su fabricación, y la puesta en marcha de ello, tal y como escrupulosamente reza la orden, los medios de comunicación difundieron el acatamiento como una donación solidaria, altruista y de salvación, más valida y eficiente que del propio gobierno quien la ha ordenado. Y cuando el gobierno intervino una fábrica de mascarillas «fábrica de Alcalá la Real (Jaén)», de la que requisaron unas 150 miles de mascarillas para ponerlos a disposición de los hospitales de Madrid que padecían de vital y precaria necesidad, la prensa difundió la noticia bajo el titular de «confiscación de la fábrica de mascarillas de Jaén deja desabastecida a la sanidad andaluza», toda a su vez, cuando al final del mismo artículo reza lo siguiente «La portavoz de la empresa ha detallado que todo el personal está trabajando “a destajo” y con “todas las medidas de protección” para seguir fabricando mascarillas y otros equipos. La fábrica está operativa las “24 horas del día” y el ritmo de producción es “el máximo”. Así, logran hacer unas 80.000 mascarillas al día que se entregan a la Guardia Civil, que recibe órdenes directamente del Gobierno para distribuirlas en los lugares donde haya una mayor necesidad» Es decir, apenas se requisaron existencias de menos de dos días de producción con el fin de amortiguar las necesidades y asegurar el abastecimiento de forma eficiente y centralizada, sin embargo, el titular parece ser toda una obra de manipulación e inducción del miedo, el gobierno ha llevado los instrumentos sanitarios de los andaluces para dárselo a los madrileño, en lugar de difundir la noticia como esperanzadora, la presentaron como calamidad. ¿Eso que aun son para los madrileños, si los hubiese enviado a Italia, cómo habría sido el titular?
A los políticos y sus conocidas rivalidades, se sumaron los medios de comunicación para agudizar más la batalla. Cuando menos miedo se necesita, más sirvieron los medios para agudizarlo; cuando más unidad hacía falta, más fisuras ensancharon; en vez de informar, enturbiaron astutamente los hechos cada uno a su parecer. En lugar de servir para ilustrar, se están sirviendo para endosar más neciocracia†. Todos contra todos, contra el Estado, las instituciones, los valores y la razón colectiva por la que nos hemos unido como especia humana, y que nos distanció supuestamente del estado salvaje. Parece que los pueblos se están confinando por y al miedo, sin saber como manejarlo, sirviéndose los instrumentos públicos a la agitación, manipulación e instrumentalización del pueblo hacía el fin materialista, tractor del individualismo, que hoy día es el único sobrante, y de seguir esa brecha, al salir nos encontraremos con un profundo acantilado, más peligroso que esa cumbre de montaña que hoy estamos condenados a atravesar, o intentando atravesar. ¿Si en 1920 Ortega nos describió como sociedad de disociados, qué diría hoy de nosotros? ¡Sociedad del miedo? Parece habernos gustado esa idea, tener miedo. Y a pesar de formar parte de nuestra psiquis, parece que seguimos, sin darnos cuenta, tememos a no tener miedo.
- *A. P. Martinich, Hobbes: A Biography (New York: Cambridge University Press, 1999), pp. 1–2; Aubrey’s Brief Lives, ed. Oliver Lawson Dick (New York: Penguin, 1949), p. 227, recojo nota de ROBIN, Corey. Fair a history of a Politica Idea, New York, Oxford University Press, 2004, p. 43. Existe una traducción castellana de esta obra por Cuevas Mesa, Guillermina, El miedo. México: 2018, Económica.
- †Por neciocracia me refiero al profundo problema al que nos ha sometido la crisis de la ilustración acontecida desde mediados del XVIII por la liberalización de la prensa, la extensión de la libertad de prensa y su revestimiento con la libertad de opinión, la manipulación de la opinión pública, la superficialidad, y mediocridad del conocimiento. Desde que nos han sometido a sucesivas cadenas deductivas desde la superficialidad hacía la falacia, donde la introspección nunca es convocada. Término que llevo unos años acuñando, y clasificando bajo ese mismo lema y título #neciocracia, un agente de grave amenaza híbrida para nuestra contemporaneidad.